El milagro de la Pascua es recordar la victoria de Jesús sobre la muerte, así nosotros no sufriremos la muerte eterna; en otras palabras, no tenemos que padecer la eterna separación de Dios. Nuestro Señor Jesucristo pagó por nosotros, y resucitó después a una nueva vida. Esta nueva vida la podemos tener en nuestro interior, brindándonos esperanza y paz conforme Él nos llena de amor. ¡Resucitó! Y en consecuencia, nosotros también hemos nacido de nuevo.
Jesús no fue vencido por la muerte ni se quedó en el infierno ni en la tumba, así nosotros también podemos escapar de la muerte, del agobiante remordimiento y de pensar que estamos perdidos.
Resucitó victorioso, con júbilo, libertad y liberación, para nunca volver a morir, a fin de poderse redimir y evitar que tuviéramos que pasar por ello. ¡Qué día tan gozoso debió de ser cuando Jesús resucitó y vio que todo había terminado! Había triunfado, el mundo se había salvado. Había cumplido Su misión. La Pascua es Esperanza.
Podemos volar y remontar como el águila, por encima de las limitaciones de la vida y de nosotros mismos. Podemos dejar atrás la tortura de nuestros fracasos, incapacidades y otros impedimentos que nos contengan. Podemos ir en pos de nuestros sueños y hacer realidad nuestras ilusiones. Podemos aspirar a metas celestiales y, con la ayuda de Dios, alcanzar cotas insospechadas.
No nos limitemos a recordar la muerte de la cruz, no recordemos siempre a Cristo en la cruz, con el sufrimiento, la muerte y el temor provocados allí. No tenemos a Jesús en la cruz, Él dejó la cruz atrás. Nuestra cruz está vacía y tenemos un Dios vivo.
Gracias a la Pascua de Resurrección, la esperanza del hombre ya no está limitada al ámbito de sus posibilidades humanas. Si Jesús resucitó, ahora nosotros también podemos hacer lo mismo que Él. Basta con mirarlo a los ojos y creer. De esta manera podremos hacer nuestro el milagro pascual.
Por ello, como cristianos salgamos al encuentro de la gente con amor y con el corazón quebrantado. Procuremos identificarnos con su dolor, sus frustraciones, su desesperación. Procuremos comprender las tinieblas, la esclavitud y el tormento en que viven nuestros semejantes. ¡Tratemos de imaginar el dolor, la sensación de vaciedad y la inseguridad que sienten! Y de todo corazón, tendámosles la mano con amor a fin de que se salven y sanen.
¡Proclamemos que celebramos un Salvador vivo, no un héroe muerto!